La primera vez que me puse delante de Minecraft fue muy decepcionante. Había oído hablar maravillas del juego, sobre cómo permitía dar rienda suelta a la imaginación y construir estructuras en mundos fantásticos, casi sin limitaciones a nuestras ocurrencias, así como poder extender las funcionalidades del juego a través de mods.
Tras los primeros quince minutos, desistí: no conseguí crear ningún objeto y me aniquiló un esqueleto. La ayuda contextual era (y sigue siendo) nula, por lo que la curva de aprendizaje desde el propio juego fue muy dura. Sin ningún tipo de ayuda externa, desde el propio juego fui incapaz de hacer nada interesante.
Han pasado varios años desde mi primera experiencia frustrante con Minecraft y el juego ha cambiado de dueños, y en manos de Microsoft ha pasado a ser el videojuego más vendido de la historia. Por lo menos, merecería una segunda oportunidad, simplemente para entender sus virtudes y sus defectos, ¿no creéis?
Lo dejé en barbecho hasta este primer confinamiento de marzo de 2020, donde he tenido la oportunidad de redescubrirlo y apreciarlo en su valía.
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