Recuerdo con nostalgia, como no puede ser de otra manera, mi paso por el instituto. Si os digo la verdad, no tengo demasiados momentos registrados con detalle en mi memoria y apenas tengo fotos de aquella etapa de mi vida.
Pero tengo un recuerdo imborrable relacionado con un libro. Sucedió en 1º de BUP, el actual 3º de la ESO. Nuestra profesora de lengua Helena, preparó una actividad a modo de concurso. No recuerdo en qué consistía la actividad pero los dos o tres primeros tendrían de recompensa un libro. Lo hice lo suficientemente bien como para merecer uno de los premios: El bandido adolescente, de Ramón J. Sender.
Tenía catorce años cuando al leer la novela me sentía como Billy el Niño, ese bandido adolescente, que me transportaba al interior de las luchas entre los poderosos ganaderos John Tunstall y John Chisum en el condado de Lincoln, Nuevo México, EEUU, a finales de siglo XIX. Viajes a caballo por la frontera, robos de ganado, gatillo fácil y el «Me vais a soñar, hijos de puta» como frase de «supervillano».
¿Me ha impactado tanto en esta relectura que he hecho pasados los cincuenta? En cierta manera sí, pero más por la manera de escribir de Ramón J. Sender, totalmente diferente a las lecturas que se recomiendan ahora a los adolescentes: narrador en primera persona, historia plana sin recovecos, léxico plano…
En esta obra es recomendable tener el diccionario cerca para no perdernos ninguna de los matices que se usan en el español hablado en la frontera entre México y los EEUU. La narrativa en forma de crónica, hace que la novela coja consistencia y credibilidad cuando se va detallando el perfil sicológico del Kid a través de las voces de sus compañeros, amantes, enemigos o perseguidores de todo tipo.
Es curioso que El bandido adolescente, estando basado claramente en hechos históricos, contenga esta imprecisión que aparece en las notas de la obra:
“Cuando los españoles fueron a New México no había todavía gitanos en España, y a los aventureros sospechosos que llegaban a la península se les llamaba turcos porque eran entonces los turcos los que amenazaban la paz cristiana en el occidente de Europa. Entonces, y por una curiosa ocurrencia, a todos los gitanos que aparecieron luego por New México los hispanos los llamaban turcos y esto seguía sucediendo a fines del siglo XIX e incluso en pleno siglo XX: turcos. En los tiempos de Billy the Kid con mayor motivo.”
¿Porqué me saltó una pequeña alarma en mi cabeza al leer la nota? No es que supiese el año exacto en el que llegamos los españoles a Nuevo México, pero suponía que no sería en los primeros años de nuestra llegada a América y había revisado recientemente la política de los Reyes Católicos contra los gitanos.
Se acepta que la presencia del pueblo gitano en España queda registrada a partir de la primera mitad del siglo XV. Veamos lo que nos explica Antonio Gómez Alfaro, periodista y escritor, en su artículo titulado La presencia histórica de los gitanos en España:
La conquista cristiana del reino nazarita de Granada, donde se habían concentrado los descendientes islámicos de quienes invadieron la península ocho siglos atrás, significaría el comienzo de una política uniformadora encaminada a reducir el caos padecido durante las décadas anteriores. De este forma, los Reyes Católicos firman en Madrid el año 1499 una pragmática (según algunos eruditos, una real provisión) dirigida a los gitanos, en la que suele situarse el comienzo de una encarnizada persecución.
Como Nuevo México fue colonizado a partir de 1598, casi cien años después, no parece que tenga mucha base histórica la nota de nuestro magnífico escritor. Tampoco he encontrado más referencias al nombre de turcos como referencia a los gitanos. En cualquier caso, una relectura obligada para mí y una gran satisfacción volver a mi adolescencia a través de esta magnífica novela.